Hoy no fuiste a la escuela así que tuvimos más horas juntos
que otros miércoles. Aprovechamos para dormir hasta tarde pero ya se acercaban
las 9:30 a.m. y decidí que ya era suficiente así que comenzé a despertarte.
Esto no te gustó, pero promesas de paseos y actividades fueron suficientes para
que bajaras corriendo a desayunar y empezar el día. Primero me querías ayudar a
reparar mi tabla de surf así que tuve que inventarme algo que pudieras hacer
sin llenarte las manos de resina y pegamento. Luego nos fuimos a leer, pero no
querías cuentos, querías aprender sobre “animales de áfrica.” Por alguna razón,
los animales grandes, según tú, viven todos en África y los pequeños en Bolivia,
excepto quizá por los pingüinos que viven “en la nieve.” Después, para celebrar tu llegada, te llené
el cuarto de globos rosados y blancos. Pienso que te sentiste como en un parque
de diversiones porque gritabas y te tirabas encima de los globos como si fuera
una piscina de bolas.
Hace unas semanas encontraste en mis gavetas una cámara de
esas desechables de film y te enseñé a usarla. Estabas fascinada tomando fotos
por la casa (y un poco frustrada porque no veías la foto inmediatamente en la
pantalla de atrás!). Te expliqué de la manera más sencilla que pude cómo se
tomaban fotos antes con un rollo y que había que llevarlo a revelar a la
farmacia para luego ver las fotos. Finalmente hoy pasamos a buscar las fotos y
muy emocionada le entregaste el papelito de reclamo a la señora diciéndole “vengo
a buscar mis fotos.” Querías verlas inmediatamente pero te dije que las veíamos
con calma cuando llegáramos a casa, que tuvieras paciencia. En el camino de
vuelta a casa me dijiste: “papá, te quiero contar un cuento cuando lleguemos a casa.
Un cuento de un gato que le sacaron sangre.” Cómo así Valentina, respondo yo,
qué le paso al gato? “Te dije que te contaba cuando lleguemos a la casa papá,
tienes que tener paciencia.” Te amo hija. Gracias por hoy.