Soy frágil, y a mi edad, no me apena decirlo. Sé que lo soy
porque tan solo con mirarte se me vienen encima tantos pensamientos
preocupantes cómo, si contarás con tu salud para seguir creciendo, si te
rodearás en la vida con personas de bien, si podré educarte como lo mereces y
necesitas, si podré protegerte de los males que te encontrarás en el camino.
Soy frágil porque tan solo el pensar que naciste saludable, fuerte, con un
espíritu incansable me hace enjugar lágrimas de alivio, de agradecimiento. Una
vez alguien me dijo que ser padre es preocuparte el resto de la vida, y solo
llegué a entender ese comentario completamente el primer momento en que te
conocí. Me miraste con tus enormes ojos
acostada en tu cunita del hospital y desde ese momento supe que iba a
preocuparme por ti el resto de la vida.
Esta semana has estado enfermita. Hoy no fuiste a la escuela
y lo único que hicimos fue quedarnos en cama los dos acurrucados todo el día.
Hicimos el intento de ir al piso a jugar con masilla pero te cansaste muy
rápido y nos regresamos a la cama. Es tan solo un resfriado y pasará así tan
rápido como llego, para que puedas volver a reactivar tu vida social (ya te
perdiste un cumpleaños y dos días de clases, lo cual no te ha gustado), pero
como padre, verte pasar por situaciones incómodas nunca es agradable.
El haber sentido esa fragilidad, esa consternación por tu
bienestar desde el primer momento supongo que fue lo que me preparó para
encarar el inicio de lo que será mi larga aventura contigo. Ojalá esa misma
fragilidad me siga dando la sabiduría para entenderte a ti y a tu mamá, el
entendimiento de que solo reconociendo mis limitaciones, podre concentrar mis
fortalezas para darles siempre lo mejor de mí. Hoy eres una bebé, pero ya
pronto no lo serás. No sé qué nos depare el destino mi amor, pero de lo que sí
estoy seguro es que quiero estar ahí en cada paso que des para que siempre
tengas donde caer si la vida te da algún tropiezo. Te amo hija. Gracias por
hoy.