Esta mañana amaneciste mostrándome tus nuevas cicatrices. Y
es que ayer mientras bajabas en la pared de escalar de los niños, te deslizaste
y te golpeaste el muslo raspándote también un poquito (y digo poquito, porque
la verdad es que casi ni podía ver tu pequeña raspada que para ti es toda una
herida de guerra). Luego de la pared, te volviste a caer, esta vez corriendo
por el parque en tus famosos zapatos “crocs” (que no me gustan para nada) y te
raspaste un poco en las rodillas. Mientras desayunábamos, tú me enseñabas tus
cicatrices y yo te enseñaba algunas de las tantas que tengo en las piernas,
contándote cómo había pasado cada una ya que me lo preguntabas todo. Cuando te
pasé a recoger a la escuela más tarde, me dijiste que ya casi no te dolían y
que les habías enseñado a tus amigas las de las rodillas pero no la del muslo
porque estaba muy arriba.
El otro día en el comedor, encontramos un insecto que había
volado dentro de la casa por accidente. En vez de asustarte o tratar de
aplastarlo (he tratado de enseñarte que no se matan los seres vivos sin razón)
me dijiste “papá, no hay que hacerle daño, vamos a sacarlo de la casa.” En ese
momento buscaste un papel para hacer que se trepara el insecto sobre él y así
transportarlo a la ventana más cercana. Con mucho cuidado trepaste a la
criatura encima de la hoja y, con mi ayuda, lo llevamos hasta la ventana para
que saliera volando ya una vez afuera. A veces como padre dudo de si hacen
efecto mis enseñanzas, por más simples que sean, o si veré los resultados de lo
que enseño, ahora, o años después. Por eso es que es tan gratificante ver que,
aunque sea en algo tan pequeño, puedo yo tener un efecto en tus decisiones.
Espero siempre recordar eso mi Valentina, porque así mismo como te transmito
todo lo positivo que puedo, si no estoy atento también te puedo dar un ejemplo
equivocado. Tú siempre estás observando y te prometo tratar de hacer un buen
trabajo siempre. Te amo hija. Gracias por hoy