Al fin de vacaciones! Ya saliste de la escuela y te toca
pasar más tiempo en casa mientras que nos vamos a trabajar, lo cual resulta en
un despliegue de energía alocado que sueltas una vez llegamos a casa por la
tarde. Por estos días estás que pareces un trompo automático; no paras de dar
vueltas buscando que hacer y resulta que además has heredado el explosivo
volumen de voz de tu padre, lo cual torna las tardes de tu nana y abuela en una
cacofonía ensordecedora. Se nota que cuentas los días para irte a Puerto Rico en
tus vacaciones (ya solo faltan dos días) porque hablas mucho del viaje y del
avión, pero sobretodo, de tus abuelos. La verdad es que yo tampoco aguanto las
ganas de ir a la isla del encanto de visita, así que te entiendo muy bien.
Como tuve que pasar parte de la mañana arreglando unas
cositas de mi carro en el garaje de la casa, tú aprovechaste para acompañarme y
ayudarme mientras trabajaba. Parte del trabajo involucraba el uso de una
manguera e inevitablemente terminamos dándole un uso distinto al que fue su propósito
original. Acabamos los dos mojados de pies a cabeza disparándonos agua con la
manguera o con bolsas plásticas llenas de agua muertos de la risa y ya que
estábamos los dos empapados, decidimos aprovechar para lavar el carro. Tu
querías tu propia esponja y cubo lleno de jabón, pero lo que más te gustó de
todo el proceso fue el shamay. No podías creer que la toallita mágica esa
secara todo de una vez y que al terminar le das vuelta para exprimirla y sale
toda el agua. Lo que a mí me causó más gracia es que no podías decir Shamay,
así que le decías Jamike (HA-MAIK) y no entendías por qué me reía tanto cada
vez que le decías así.

Esta semana tu mamá no se ha sentido muy bien y como tú eres
tan perceptiva, te pudiste dar cuenta. Viendo cuánto nos divertimos echándonos
agua me dijiste en medio de toda la acción: “papá, cuando llegue mamá del
trabajo, vamos a echarle agua con la manguera para que esté feliz y se sienta
mejor.” Te amo hija. Gracias por hoy.