Hoy amaneciste un poco enfermita con resfriado y se nota
cuando estás enferma porque no eres la lorita parlanchina que sueles ser. Como
a todo padre, no me gusta ver a mi hija pasando por ningún tipo de incomodidad,
pero me sorprende como puedes ser tan valiente y paciente ante este tipo de
situaciones (lo que soy yo, me desespero y me amargo al más mínimo indicio de
un resfriado o cualquier otra enfermedad), sobretodo, tomando en cuenta que
ayer te diste una de tus tantas caídas. Ésta resultó en que se te rompiera un
poco el labio y perdieras parte de tu dientecito. Cuando tu madre te preguntó
por tu diente, le dijiste: “no importa mamá, papá me lleva al dentista y él me
lo arregla.”
En el fin de semana me ayudaste a lavar mi carro y me
matabas de la risa con tus ocurrencias mientras trabajábamos. Te metiste en la
cubeta de jabón, le tirabas agua a los vecinos, y en un momento dado, creo que
quisiste probar la espuma del jabón para ver a qué sabía (rápidamente te diste
cuenta que era una mala idea). Está de más decir que la puerta de pasajeros del
lado izquierdo de mi carro es la parte más limpia de todas ya que ahí te
concentraste limpiando por un buen rato.

Y ya que te estoy contando de cosas que hacemos juntos,
resulta que esta semana fue mi cumpleaños. Ese día, aunque traté y traté de
llegar a casa porque me esperabas para cantarme feliz cumpleaños, no llegué a
verte. Luego esa noche seguí pensando, un poco triste, en que no te pude ver y
que te quedaste esperándome y con las ganas de cantar (y comerte el cake!). Pero
al día siguiente, cuando llegué del trabajo, corriste donde mí y me dijiste: “feliz
cumpleaños papá, ven que te voy a cantar happy birthday.” Me estabas esperando
con el cake, lista para cantarme, pensando que aún era mi cumpleaños. Así que,
gracias a ti, celebré mi cumpleaños dos veces. Te amo hija. Gracias por hoy.
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