Monday, August 8, 2016

Jul. 6, 2016

Resulta que tienes un nuevo miedo, el cual conocí hoy al llegar a casa del trabajo. Te escuché quejándote porque tu nana te pedía que halaras la cadena luego de usar el baño. Tú no querías. Me parecía curioso que sintieras esa aversión a algo tan simple como halar la cadena y fui a ver qué pasaba. Al verme, saliste corriendo del baño pidiéndome que no te hiciera hacerlo porque tenías miedo de que se desbordara. Traté enseguida de calmarte, explicarte que eso ocurre muy poco y convencerte (un poco obligarte) de que entraras al baño para bajarla. Entraste corriendo, empujaste la palanca y, sin mirar atrás, corriste fuera del baño hasta el final del pasillo. Fue mejor así porque inmediatamente saliste por la puerta, el servicio comenzó a desbordarse. Nunca te diste cuenta. Rápido cerré la llave y salí a buscarte para irnos a comer un helado como habíamos planeado. En el carro me contaste que una vez, en la escuela, bajaste la palanca y se desbordó el servicio. Desde esa vez, me cuentas, no quieres bajarla cuando hay mucho papel; y cuánto me alegro que no hayas visto lo que acababa de ocurrir en casa.

Después de tu helado querías ir a caminar y nos fuimos a ver el mar y los edificios llenos de luces que se reflejaban sobre el agua. Hablamos un poco de todo… de cómo los barcos cruzan el canal, cómo sube y baja la marea, “qué pasa si nos caemos al mar? Cómo salimos papá?” Retomamos el tema de tus clases de surf, y cómo te gusta que te hable de eso y te enseñe como se hace (en tierra) pero luego no quieres meterte al mar. Dices que esta vez si de verdad te vas a meter con mi tabla grande. Hablamos un poco de la muerte, querías saber por qué a los muertos no los llevan al hospital, adonde iba uno después de muerto. Cosas así. Afortunadamente, antes de tener que enfrentar la especificidad de tus preguntas (la cual solo aumenta a medida que progresa tu línea de cuestionamiento), dos pelicanos enormes salieron de la oscuridad aterrizando abajo en el mar, frente a nosotros. Entonces comenzamos a hablar de aquellos pelícanos y nos preguntábamos si se conocían, si eran amigos. Tú preguntas que si quizás eran novios; yo me pregunto por qué eso ha de preocuparte a esta edad. Luego, de una manera muy cándida me cuentas también sobre el día en que te golpeaste la cabeza. La verdad es que nunca nos contaste con detalle tu experiencia, y hoy me hablaste del momento en el que se golpeó tu cabeza, de cómo reaccionaste cuando viste tu sangre, y cómo se preocupó tu amiguita cuando te vio la herida, pero al contarme todo esto, me agarraste la mano y me dijiste: “pero no te preocupes papá, que no me dolió ni un poquito cuando me golpeé, solo me asusté un poco.” Te amo hija. Gracias por hoy.



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