Thursday, May 5, 2016

Abr. 13, 2016

Me encontraba yo en medio del dia de trabajo cuando recibo una de esas llamadas que a ningún padre le gusta recibir: “Domingo, hola es para avistarte que tu hija tuvo un accidente en casa de la amiguita con la que estaba jugando y parece que se golpeó duro la cabeza.” El titubeo en mi amiga que llamó, al preguntarle si era algo serio, fue suficiente para saltar de mi silla en camino a buscarte. Te habías tropezado y caído al estar corriendo con tu amiguita y tu frente pegó justo en el borde de un zócalo de mármol, haciendo una profunda y larga cortada en tu frente. Apenas te ví, supe que era necesario llevarte al médico de inmediato debido a su profundidad, en la cual se alcanzaba a ver la coloración característica de hueso, entre la sangre y tu piel. No sé cómo hice para disimular (bueno, la verdad ni estoy seguro si pude hacerlo o mi cara me haya traicionado, tu mamá en estas cosas prueba ser mucho mejor que yo) mi impresión para no asustarte, pero con una toalla tapandote la herida nos encaminamos hacia el hospital.

Te preocupaban tanto las inyecciones! En el carro preguntabas de mil formas diferentes si tu tratamiento incluiría agujas, si la medicina para el dolor te la darían con una aguja y si te iban a coser con agujas. No te podía mentir. Te explicaba que habían muchas formas de curar esas heridas y que yo no estaba seguro cuál escogeria el médico. Podía ser con una goma quirúrjica, te conté, o con unas curitas especiales, con una máquina que pone pequeños clips en la herida o tambien los puntos con hilo y aguja. “tengo miedo papá,” decías, no entre sollozos y gritos, sino con lágrimas en los ojos y una certeza en tu mirada de que algo peor vendría. Solo podíamos tratar de calmarte diciéndote que nada te iba a doler, que te pondrían una medicina para que no sintieras nada asi que no te tenias que preocupar de nada de lo que haría el doctor. En mi mente seguía viendo tu herida abierta, pensaba en tu dolor, y me consternaba el tema de una cicatríz de semejante tamaño en tu rostro, mi niña.

Llegamos al hospital y nos atendieron enseguida, casi como si el staff entero te estuviera esperando. Ya aquí tu susto se incrementó y nos gritabas a mamá y a mí: “no quiero que me operen, por favor. Tengo miedo.” Tengo miedo… en este contexto, estas palabras de un hijo son cuchillos de angustia que te desgarran desde adentro. Ya no es miedo a monstruos, a la oscuridad o a caerte… es una oda a la incertidumbre, a la impotencia; soy tu papá, pero además de acompañarte en este mal momento, no hay nada mas que pueda yo hacer para que estés bien. Como era de esperarse, el doctor sacó una aguja con la que te pondría la anestesia, lo cual intensificó tu llanto y tus gritos, pero una vez terminado el asunto, el doctor pudo iniciar con la suturación. Este médico fue increíble contigo. El trato que te dio, su paciencia y habilidad nos dejó impresionados a mamá y a mí, y a pesar de todo, poco a poco fuiste respondiendo a su método hasta que pudo terminar de coserte. Una vez terminado todo, con tu curita de muñequitos puesta y el dolor enmascarado por medicamentos, nos preguntaste si podías regresar a seguir jugando donde tu amiguita.


Esta mañana tempranito fui a tu escuela para ayudar a tu salon de Kinder a pintar las parcelas del huerto que siembran los estudiantes todos los años. Armada con tu sombrero (por los proximos meses andarás ensombrerada cada vez que salgas al sol!) y tu brocha, nos dedicamos a pintar entre todos los niños de tu salón y unos cuantos papás hasta que la parcela quedara completa, aunque entre tu y tus compañeros tambien pintaron piedras, tierra, plantas y los unos a los otros. En el primer segundo luego de darte la brocha, ya te habias llenado la ropa de pintura y al decirte una de tus maestras “cuidado valentina, te estas manchando la ropa,” tu le respondiste “no importa, me puse esta ropa para poder llenarme de pintura, verdad que no pasa nada papá?” Te amo hija. Gracias por hoy. 




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