Me encontraba yo en medio del dia
de trabajo cuando recibo una de esas llamadas que a ningún padre le gusta
recibir: “Domingo, hola es para avistarte que tu hija tuvo un accidente en casa
de la amiguita con la que estaba jugando y parece que se golpeó duro la
cabeza.” El titubeo en mi amiga que llamó, al preguntarle si era algo serio,
fue suficiente para saltar de mi silla en camino a buscarte. Te habías
tropezado y caído al estar corriendo con tu amiguita y tu frente pegó justo en
el borde de un zócalo de mármol, haciendo una profunda y larga cortada en tu
frente. Apenas te ví, supe que era necesario llevarte al médico de inmediato
debido a su profundidad, en la cual se alcanzaba a ver la coloración
característica de hueso, entre la sangre y tu piel. No sé cómo hice para disimular
(bueno, la verdad ni estoy seguro si pude hacerlo o mi cara me haya traicionado,
tu mamá en estas cosas prueba ser mucho mejor que yo) mi impresión para no
asustarte, pero con una toalla tapandote la herida nos encaminamos hacia el
hospital.
Te preocupaban tanto las
inyecciones! En el carro preguntabas de mil formas diferentes si tu tratamiento
incluiría agujas, si la medicina para el dolor te la darían con una aguja y si
te iban a coser con agujas. No te podía mentir. Te explicaba que habían muchas
formas de curar esas heridas y que yo no estaba seguro cuál escogeria el
médico. Podía ser con una goma quirúrjica, te conté, o con unas curitas
especiales, con una máquina que pone pequeños clips en la herida o tambien los
puntos con hilo y aguja. “tengo miedo papá,” decías, no entre sollozos y
gritos, sino con lágrimas en los ojos y una certeza en tu mirada de que algo
peor vendría. Solo podíamos tratar de calmarte diciéndote que nada te iba a
doler, que te pondrían una medicina para que no sintieras nada asi que no te
tenias que preocupar de nada de lo que haría el doctor. En mi mente seguía
viendo tu herida abierta, pensaba en tu dolor, y me consternaba el tema de una
cicatríz de semejante tamaño en tu rostro, mi niña.
Llegamos al hospital y nos
atendieron enseguida, casi como si el staff entero te estuviera esperando. Ya
aquí tu susto se incrementó y nos gritabas a mamá y a mí: “no quiero que me
operen, por favor. Tengo miedo.” Tengo miedo… en este contexto, estas palabras
de un hijo son cuchillos de angustia que te desgarran desde adentro. Ya no es
miedo a monstruos, a la oscuridad o a caerte… es una oda a la incertidumbre, a
la impotencia; soy tu papá, pero además de acompañarte en este mal momento, no
hay nada mas que pueda yo hacer para que estés bien. Como era de esperarse, el
doctor sacó una aguja con la que te pondría la anestesia, lo cual intensificó
tu llanto y tus gritos, pero una vez terminado el asunto, el doctor pudo
iniciar con la suturación. Este médico fue increíble contigo. El trato que te
dio, su paciencia y habilidad nos dejó impresionados a mamá y a mí, y a pesar
de todo, poco a poco fuiste respondiendo a su método hasta que pudo terminar de
coserte. Una vez terminado todo, con tu curita de muñequitos puesta y el dolor
enmascarado por medicamentos, nos preguntaste si podías regresar a seguir
jugando donde tu amiguita.
Esta mañana tempranito fui a tu
escuela para ayudar a tu salon de Kinder a pintar las parcelas del huerto que
siembran los estudiantes todos los años. Armada con tu sombrero (por los
proximos meses andarás ensombrerada cada vez que salgas al sol!) y tu brocha,
nos dedicamos a pintar entre todos los niños de tu salón y unos cuantos papás
hasta que la parcela quedara completa, aunque entre tu y tus compañeros tambien
pintaron piedras, tierra, plantas y los unos a los otros. En el primer segundo
luego de darte la brocha, ya te habias llenado la ropa de pintura y al decirte
una de tus maestras “cuidado valentina, te estas manchando la ropa,” tu le
respondiste “no importa, me puse esta ropa para poder llenarme de pintura,
verdad que no pasa nada papá?” Te amo hija. Gracias por hoy.
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